The SeSSion

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martes, 6 de septiembre de 2011

Gamberro de rebote

Hasta la hora del recreo, era un día normal en el colegio. Esa hora de descanso lo iba a cambiar todo; concretamente los comentarios de los hermanos "cabezones". Hermanos melgos que hacían honor a su "mote" luciendo enormes cabezas, las cuales utilizaban sólo para maquinar trastadas maquiavélicas. Los hermanos parecían estar sincronizados. Uno comenzaba un disparate y el otro secundaba llegando a crear auténticas obras maestras en cuestión de segundos ante el asombro de los demás compañeros de clase. Esa mañana el tema de conversación era la visita del médico forense.
Los hermanos comenzaron a contar barbaridades que nos haría el "matasanos". Saldríamos de su consulta improvisada (el despacho del director) sabiendo si íbamos a ser "mariquitas", gordos o flacos para el resto de nuestras vidas y, lo más importante, si nos íbamos a quedar ciegos para lo cual, nos pincharía con una gran aguja en los ojos!... Tal era el miedo que cuando llegó la hora de bajar a "la consulta" se armó un revoloteo opinando y debatiendo sobre qué hacer en caso de que algún compañero regresara dañado o, aun peor, si no regresase. La profesora, una desconocida para nosotros que sustituía al viejo Don Antonio, profesor de ciencias naturales, intentaba hacernos callar, imponer su ley y ante la negativa de los niños por prestarle atención comenzó a soltar gritos por su preciosa boca, cambiando hasta el semblante de su cara; pasando de ángel a demonio, y allí, en su camino, en el de su mirada enojada y sangrienta estaba yo gritando "pues yo me voy a mi casa". Nada más lejos de la realidad. Doña Carmen, así se llamaba la sustituta, me señaló con su dedo y dijo "tu serás el primero en bajar". Estaba aterrado, sólo se me ocurrió argumentar que había que bajar por "orden de lista" pero no sirvió para nada... Doña Carmen me encomendó al conserje del colegio ordenándole no soltarme hasta estar ante el médico.
El camino se me hizo muy corto, bajé casi sin tocar los 24 escalones, de ello se encargaba el verdugo que me llevaba a la muerte segura. Ya frente al doctor, sin escapatoria me intenté relajar, pensando que mi hermano mayor nunca me dijo que le hubiesen hecho nada malo en el colegio. En apenas 30 segundos me encontraba bien, sorprendido, pues el tremendo "ogro" era simpático, hablaba mucho y lo más importante, me dijo "si en algún momento te sientes mal o tienes alguna duda me lo dices". Comenzó por preguntarme si había estado enfermo últimamente, si iba bien en clase, si estudiaba y cuantos hermanos tenía -un tipo tan agradable no podía hacerme nada malo-. Tras auscultarme el pecho, prueba de reflejos, prueba de vista y algunas más, llegó el momento en el que me puse más violento; me pidió que me bajara pantalones y calzones a lo que respondí espontáneamente "no, yo no soy mariquita, me gustan dos compañeras de clase". Arranqué sus carcajadas y las de su ayudante y no entendía el por qué; "es para comprobar que no tendrás problemas para ser papá en el futuro. No te voy a tocar y no te preocupes que todos los chicos mayores que tu han hecho esta prueba", me dijo.
Acabado el examen médico, salí del despacho, renovado, contento, fuerte y con la tranquilidad que iba a ser padre en el futuro. Ah, y con una orden, la de comunicar a mi profesora que bajase el siguiente compañero.
Justo en la puerta de clase pensé "éstos cabezones que me han metido el miedo en el cuerpo, se van a enterar". Ni corto ni perezoso, entro en clase con una mano en el ojo y gritando digo "el médico me ha metido una aguja enorme en el ojo" no dio tiempo a más. El chillar de las patas de las sillas y los pupitres fue ensordecedor. Qué estaba pasando?, los chicos y las chicas gritaban mientras recogían sus cosas de las mesas, llenaban sus carteras y se apresuraban a la puerta. Provoqué un caos en toda regla. Hasta yo estaba asustado y recogí mis cosas para salir del colegio a toda prisa. La profesora, pasó uno de sus peores días. Llegó a la puerta antes que ninguno, la sujetó fuertemente por el pomo y dijo, de aquí no sale nadie. Claro, no conocía a los hermanos "cabezones"... le mordieron la mano y la tiraron al suelo en su obcecación por salir de clase. Todos y cada uno de los 42 niños de la clase salimos por encima del cuerpo de Doña Carmen, yo, además, arrastrando mi gran cartera amarilla con asas -la cual sobresalía 20 cm. por cada lado de mi espalda- golpeándola en pecho y cara.
Nadie y cuando digo nadie me refiero a los profesores del centro, pensaba que un alumno tan tranquílo, educado y aplicado como yo pudiera haber cometido "La Gran Gamberrada", denominada así en el centro durante años.
Mi historia acabó con una semana de expulsión, una paliza de mi madre "alpargate en mano" y el bochorno de tener que pedir perdón al doctor, al colectivo de profesores y en especial a Doña Carmen que a día de hoy sigue sin olvidar mi cara.